viernes, 24 de junio de 2011

El derecho al olvido

Son las 9:48 pm (¿de qué día?). Llueve. Hoy me refugié de un encuentro de promotores de lectura en una de esas librerías “en las que no entra nunca nadie”. Entre otras cosas, compré Punks de boutique de Camille de Toledo (Almadía 2008). Es el ensayo manifiesto de un punk hijo del doble derrumbe: 9/11 y 11/9 (“la caída de un muro y la caída de las torres”). Estoy leyendo y la lectura me impone una pausa, una pausa para escribir. En esta ocasión, más que comentar quisiera compartir con ustedes este libro. Me he quedado maravillado por el tono provocador de la escritura y por la fuerza del pensamiento de Camille. Escribió este libro a los 25 años, en él dice:

Aprendí a reconocer dos etapas del poder en la era moderna: el poder de derecho divino, al que apelaban las monarquías europeas, y el poder de derecho natural, que consagró al pueblo como único soberano. La Revolución Francesa fue el momento histórico de este tránsito. La decapitación de Luis XVI, su acto simbólico. A raíz de la Segunda Guerra Mundial, nació otro principio que anuncia una tercera etapa del poder. No es divino ni popular. Fundamenta su legitimidad en la memoria… la memoria absoluta del horror absoluto. Su principio dice: el orden económico mundial es legítimo ya que garantiza la paz mediante el librecambio. Las protestas deben ser combatidas porque contienen en germen el riesgo de un repliegue sobre sí, de los nacionalismos y de la barbarie. Su corolario: poco importa que el pueblo esté a favor o en contra. El orden económico conserva la memoria. Si la legitimidad democrática condujo a la decapitación del rey, la legitimidad mnemónica ha conseguido decapitar al pueblo.

Hemos salido de la edad democrática. Habrá que aceptarlo algún día. Tuvo su momento. Un feliz momento. Pero hay que pasar la página. Sólo si se cumple esta condición, los contestatarios actuales dejarán de llorar por el Estado-nación como viudas sicilianas. Llevemos el luto y sigamos nuestro camino. Es conveniente atacar el principio de poder, no su coartada: dejemos la democracia ahí donde la dejó la legitimidad mnemónica: en el abismo, hecha puré, con los demás cadáveres. “No existe el deber de recordar, -escuchamos en El elogio del amor, la película de Jean- Luc Godard-, sólo tenemos el derecho al olvido”. Esta frase me gustó. Me ofrecía una salida, fuera del encierro. Puesto que el deber de recordar se ha mutado en fuerzas del orden, la rebelión debe pasar por el olvido. “No quiero recordar, porque haciéndolo temo impedir el futuro y usurpar el pasado”, escribía André Gide en las primeras páginas de El inmoralista. Esta frase también me gustó. Me ayudó a vaciar la obligación inventada por los que envejecen para refrenar la agitación. Sin embargo, la memoria ha alcanzado tal plenitud, se ha hecho tan institucional, que ya no tolera cuestionamiento alguno; imagínese por un instante la avalancha de insultos que tendría que soportar un hombre o una mujer desconocidos que, abiertamente, pidieran el reconocimiento del derecho al olvido. Pronto se verían compareciendo en el banquillo vergonzoso de los revisionistas, falsamente acusados de querer negar el monstruo. Jean-Luc Godard se atrevió, corriendo el riesgo de no ser comprendido. Simplemente no se le oyó. Cuando el recuerdo construido colectivamente se pone al servicio de un orden injusto, el derecho de olvidarlo pasa a ser un acto legítimo de resistencia.


El periódico La razón publicó ayer en su portada una foto de Javier Sicilia abrazando a Felipe Calderón. El diálogo que sostuvieron en Chapultepec, calificado por la redacción como un “extraordinario ejercicio de respeto y tolerancia”, a diferencia de la foto en la portada, es fácil de olvidar.  

lunes, 20 de junio de 2011

Cartucho

Es una destacada artista mexicana, contemporánea de Frida Kahlo, amiga, entre otros, de José Clemente Orozco y de Martín Luis Guzmán. Fue bailarina, coreógrafa y maestra de danza. Como investigadora, rescató ritmos y bailes indígenas que combinó con elementos de danza clásica dando origen a lo que hoy conocemos como danzas populares. Fundó el Ballet de la Ciudad de México y dirigió la escuela de danza del INBA. Escribió poesía, cuento y crónica. Con Cartucho, considerada una de las novelas más importantes de la Revolución, inauguró una nueva forma de narrar que es base y puente de obras fundamentales de la literatura mexicana y latinoamericana como Pedro Paramo y Cien años de soledad. Murió en 1986, de manera misteriosa, víctima de un largo secuestro. ¿Sabes quién es?


Probablemente no y no tiene nada de escandaloso. Estoy de acuerdo contigo en que se trata de una brutalidad excesiva que nos pidan cuentas sobre una escritora mexicana de la época de la Revolución. Sobre todo porque no es nuestro campo y nuestros intereses son otros. A duras penas conocemos a nuestra familia más allá de los abuelos y nuestros amigos son los que tenemos a la mano. Nos comunicamos porque no hay de otra, con cierta eficacia y casi inmediatamente. Pero sentimos que nadie nos comprende del todo y quizá ya no nos interesa. Tú, como yo y como los personajes de Murakami, vives el día a día sumido en una extraña sensación de desconcierto, incertidumbre, de cansancio físico, afectivo y emocional. Cada vez somos menos capaces de sentirnos a nosotros mismos y a lo que nos rodea. Destacada artista mexicana, qué remedio…


Aún así, y a pesar de la escuela, un día llegó a mis manos un Cartucho. Es un libro sobre la Revolución Mexicana, me dijo mi amiga, échale un ojo. Revolución Mexicana, pero sí ya tenemos suficiente de eso en las clases, pensé. Pero la curiosidad me ganó y lo abrí al llegar a mi casa. Primero lo hojee. Simplemente pasé las páginas para darme una idea de su contenido. Por fortuna, se trataba de textos muy breves. Leí uno al azar. Frases cortas, lenguaje accesible, alguien que moría fusilado. Leí otro y después otro y así terminé el libro. Debo decir que me salté el prólogo y que releí varios textos. Me gustó mucho, sobre todo porque no parecía un libro de historia y porque muchas cosas que ahí se dicen se parecían a otras que yo había visto y escuchado muy de cerca, a pesar de la distancia. 


Ahora, varios años después, vuelvo a releer Cartucho. Curiosamente se trata de la misma edición. De Era. Ahora sí me leí el prólogo y lo encontré magnífico. Leí todos los textos siguiendo el orden establecido por la autora y descubrí que, más allá de lo estrictamente literario, me siguen gustando las mismas cosas, aunque sus nombres hayan cambiado: la fuerza expresiva de sus brevísimas frases, los espacios para imaginar (los paisajes poéticos) y las conexiones que establezco conmigo mismo. Aunque los personajes y lugares parecen ser los que estamos acostumbrados a ver en las típicas fotos que acompañan los capítulos que los libros de texto dedican al periodo de la Revolución, en la lectura viven de manera distinta. Sus rostros siguen siendo serios pero han dejado de ser duros. No son los típicos machos del norte, brutales y asesinos, siempre borrachos y entregando la vida a la menor provocación. En la lectura, estos personajes son personas que aman y sienten, sensibles aunque no puedan expresarlo con palabras, que matan y mueren fusilados, casi con una sonrisa. Todo es observado y relatado por una niña que no juzga sino para nombrar las cosas que mira. Nada escandaloso, son historias sobre la Revolución, la muerte y la matanza están siempre presentes. Pero no para elogiarlas o denunciarlas, sino para mostrarnos de dónde venimos. Y para abrirnos los ojos respecto de lo que vivimos ahora. 


Algo que descubro en esta nueva lectura de Cartucho de Nellie Campobello son las distancias que existen entre lo que leemos en los libros de texto  (lo que se enseña en las escuelas) y lo que podemos conocer por otras fuentes, como la literatura. No sé qué opines al respecto, lector desconocido, pero espero que tengas la fortuna de encontrarte con algún libro como éste. Porque bien podrías descubrir, ahí mismo, el placer de acceder a nuestra historia en la comodidad del hogar y en la intimidad de las páginas y la lectura.

lunes, 13 de junio de 2011

Michele Petit: la construcción de uno mismo

Leer le permite al lector, en ocasiones, descifrar su propia existencia. Es el texto el que “lee” al lector, en cierto modo el que lo revela; es el texto el que sabe mucho de él, de las regiones de él que no sabía nombrar. Las palabras del texto constituyen al lector, lo suscitan. 

Michelle Petit, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura


En ocasiones, los textos que leemos nos ofrecen información acerca de nosotros mismos. Unas veces descubrimos que alguien le ha confiado al texto nuestros secretos más íntimos. Otras, la lectura nos revela aspectos de nosotros que no conocíamos. E incluso llegamos a sentir que el texto nos da la respuesta a esa pregunta que no logramos resolver. No hay aquí nada de paradójico o místico: se trata de la experiencia de la lectura.


Un amigo que sabía de mi interés por estos temas me confió una experiencia que le había sucedido y que tenía relación con la lectura. 


Mi amigo vivía solo con su madre porque su padre había fallecido cuando él era niño. Ya adolescente empezó a sentir que la vida se le estaba haciendo difícil y no tenía mucha idea de cómo afrontar esas dificultades. Se sentía perdido, y me confesó que él sabía que todo sería más fácil si su padre lo hubiera dirigido, aconsejado un poco. Pero la ausencia se dejaba sentir y la vida seguía complicándose. 


Él no es un lector asiduo, pero su padre, en alguna ocasión nada especial, le había regalo un libro. Un día como cualquier otro se decidió a abrirlo. Se trataba de El Periquillo Sarniento de Lizardi. Comenzó a leerlo sin interés, sólo lo hacía como una forma de cumplir el deseo de su padre: evidentemente se lo había regalado para que lo leyera. Le aburría, no conseguía concentrarse, lo dejaba, pero siempre volvía a él. En uno de esos retornos al texto, algo le llamó la atención y ya no pudo parar hasta terminarlo. 


El argumento de la historia es muy conocido: Pedro Sarmiento, enfermo y resignado a morir, comienza a escribir sus memorias con la intención de advertirle a sus hijos sobre los peligros de la vida. 


Inmediatamente, mi amigo se identificó con la realidad que el texto platea. Pero lo  más impresionante fue que descubrió que era su propio padre el que le comunicaba, por medio del libro, todo lo que a él le hubiera gustado que le dijera en vida. 


Sería una locura decir que el libro fue escrito para que mi amigo recibiera el mensaje que esperaba. Además, yo no le hubiera recomendado, ni por asomo, la lectura de este libro aún si hubiera tenido conocimiento de su situación. Pero para él, la lectura de este texto, en ese momento de su vida, fue decisiva: le permitió seguir adelante. 


Yo he vivido experiencias similares. No es este el momento para hablar de mi vida personal pero puedo decirles que siempre que he pasado períodos difíciles he encontrado en la lectura la fuerza necesaria para continuar.  


En Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura Michelle Petit ha expuesto la idea de que lectura juega un papel importantísimo en el desarrollo y fortalecimiento de la personalidad, en la construcción de uno mismo. Esta idea le fue sugerida por los relatos de los jóvenes que entrevistó cuando hacía dos investigaciones sobre el papel de la lectura y las bibliotecas públicas en medios rurales y marginados de Francia (Lectures de champagne (1993) y De la bibliotheque au droit de cité (1996)). Aunque no se trata de una experiencia de lectura exclusiva de los jóvenes, me parece que es en esta etapa de la vida cuando uno es más sensible a ella. 


Escuchemos una vez más a Michele Petit:

(…) si bien la proporción de lectores asiduos ha disminuido, la juventud sigue siendo el periodo de la vida en el que hay una mayor actividad de lectura. Y más allá de los grandes sondeos estadísticos, si se escucha hablar a los jóvenes, se comprende que la lectura de libros tiene para ellos ciertos atractivos particulares que la distinguen de otras formas de esparcimiento. Se comprende que a través de la lectura, aunque sea esporádica, se encuentren mejor equipados para resistir cantidad de procesos de marginación. Se comprende que la lectura los ayude a construirse, a imaginar otros mundos posibles, a soñar, a encontrar un sentido, a encontrar movilidad en el tablero de la sociedad, a encontrar la distancia que da el sentido del humor, y a pensar, en estos tiempos en que escasea el pensamiento.
Estoy convencida de que la lectura, y en particular la lectura de libros, puede ayudar a los jóvenes a ser un poco más sujetos de su propia vida, y no solamente objetos de discursos represivos o paternalistas.


Es un error atribuirle a la literatura el poder de cambiar la realidad, de resolver la injusticia, de instaurar la democracia. Algo distinto es afirmar que un texto puede transformar la vida de una persona. Esto ocurre, hay que ser lector para saberlo.

martes, 7 de junio de 2011

El hombre que lee… una novela… o la historia de una coincidencia afortunada

Fue Mario el que me contagió la costumbre de leer Babelia. Trabajaba en el proyecto de tecnología educativa que él dirigía en Veracruz y algunas semanas, al llegar a la oficina, encontraba sobre mi escritorio el ejemplar semanal del suplemento literario de El País. Casi siempre este “regalo” tenía un fin práctico: había señalado un texto que le interesaba que yo leyera y después comentara con mis compañeros en las sesiones de capacitación que impartía. Aunque esto rara vez ocurría, yo lo leía todo. 


Hace tiempo que dejé el proyecto y sin embargo sigo leyendo Babelia, ahora en internet. Mis sábados comienzan con este ritual y una taza o dos de café. Debo decir que no siempre encuentro textos que me interesen o me gusten, pero aún así hago la lectura. El sábado pasado, encontré una entrevista que me llamó la atención, es de Leila Guerreiro y se titula: Alejandro Zambra, el hombre que lee. 


 “A los 13 años ingresó al Instituto Nacional, donde fue buen alumno -"una pena, porque queda mejor decir que fuiste pésimo"-, y se hizo lector voraz.

-Tenía claro que quería estudiar Literatura. Quería leer, y estudiar Literatura me parecía casi una estrategia para poder seguir leyendo.

A los 21 se fue de casa de sus padres y consiguió trabajo como operador telefónico de la compañía Axxa Assistance, que ofrece servicios a empresas que, a su vez, ofrecen asistencia en viajes.

-Atendía el turno de noche, así que aprovechaba para leer”.

Alejandro Zambra es pues un hombre que lee y que ha escrito, además de varios libros de poesía, tres novelas: Bonsái (que obtuvo en Chile, su país, el Premio de la Crítica y el Premio del Consejo Nacional del Libro), La vida privada de los árboles y Formas de volver a casa, todas en Anagrama, y ésta última publicada el mes pasado. Me gustó el sonido de su nombre y los títulos de sus novelas. Apunté en mi libreta de notas: conseguir algún libro de Alejandro Zambra, y leerlo.


Después pasé, otra costumbre, a consultar las novedades de Sexto Piso. Había tres o cuatro libros, me llamó la atención un título y le di click para leer la reseña. Los ingrávidos, de la mexicana Valeria Luiselli. Encontré muy buenos comentarios sobre su trabajo, entre ellos uno, precisamente, de Alejandro Zambra.

“En las páginas de este libro prevalece una incertidumbre plena y preciosa. El relato avanza tan vertiginosamente, que reímos ante el desfile de unos personajes locos y tristes, aunque por momentos pensamos que esos personajes somos nosotros mismos en otra vida –o ahora mismo, leyendo. Esta primera novela de Valeria Luiselli es asombrosa y en sus muchas posibles lecturas late generosamente el misterio de la mejor literatura.”


Me encantan estas coincidencias.  Me llamó la atención que la escritora fuera, además de mexicana, muy joven: 28 años. Apunté en mi libreta de notas: conseguir algún libro de Valeria Luiselli (tiene dos, ambos en Sexto Piso), y leerlo.


Después me fui a ver a la dentista, donde sufrí innecesariamente porque se le olvidó ponerme la anestesia. Al salir pensé, todavía adolorido, que lo ideal sería ir a buscar, inmediatamente, alguno de los libros de Alejandro y Valeria. Encontré y compré dos: La vida privada de los árboles y Los ingrávidos. En la contraportada del libro de Valeria volví a encontrar el comentario de Alejandro.


Ya en casa, y con la finalidad de olvidarme un poco del dolor postdentista, comencé a leer Los ingrávidos. No pude parar hasta terminar. Me encantó. El lenguaje no depurado sino sencillo, la brevedad, la fragmentación del texto, la poesía de la prosa… Dormí profundamente, ya no sentía dolor, y soñé con los vagones del metro.


Tomé algunas notas de esa lectura. Me gustaría compartirles algunas que se refieren a la construcción de la novela, a la forma en que se va explicando su arquitectura:

“Una novela silenciosa, para no despertar a los niños.”

“Las novelas son de largo aliento. Eso quieren los novelistas. Nadie sabe exactamente lo que significa pero todos dicen: largo aliento. Yo tengo una bebé y un niño mediano. No me dejan respirar. Todo lo que escribo es –tiene que ser- de corto aliento. Poco aire.”

“Generar una estructura llena de huecos para que siempre sea posible llegar a la página, habitarla. Nunca meter más de la cuenta, nunca estrufar, nunca amueblar ni adornar. Abrir puertas, ventanas. Levantar muros y tirarlos.”

“Una novela compacta, porosa. Como el corazón de un bebé.”

“El metro, sus múltiples paradas, sus averías, sus aceleraciones repentinas, sus zonas oscuras, podría funcionar como esquema del tiempo de esta otra novela.”

“Una novela horizontal, contada verticalmente. Una novela que se tiene que escribir desde afuera para leerse desde adentro.”

Al otro día decidí que en lugar de comenzar la lectura de La vida privada de los árboles lo mejor sería salir a buscar el otro libro de Valeria. Lo encontré, y con descuento, en la misma librería (compré también los otros dos libros de Alejandro). Papeles falsos, una pequeña colección de ensayos, de la que Margo Glantz ha dicho que es “un libro casi perfecto”. Lo leí, inmediatamente, y lo terminé en unas horas.


Y ahí encontré, otra coincidencia, una referencia a la novela Bonsái. Y entonces comencé a leer la novela… Y así he estado hasta este momento en que me decidí a escribir Algún comentario (ya estoy terminando el último libro de esta aventura, Formas de volver a casa).