viernes, 24 de junio de 2011

El derecho al olvido

Son las 9:48 pm (¿de qué día?). Llueve. Hoy me refugié de un encuentro de promotores de lectura en una de esas librerías “en las que no entra nunca nadie”. Entre otras cosas, compré Punks de boutique de Camille de Toledo (Almadía 2008). Es el ensayo manifiesto de un punk hijo del doble derrumbe: 9/11 y 11/9 (“la caída de un muro y la caída de las torres”). Estoy leyendo y la lectura me impone una pausa, una pausa para escribir. En esta ocasión, más que comentar quisiera compartir con ustedes este libro. Me he quedado maravillado por el tono provocador de la escritura y por la fuerza del pensamiento de Camille. Escribió este libro a los 25 años, en él dice:

Aprendí a reconocer dos etapas del poder en la era moderna: el poder de derecho divino, al que apelaban las monarquías europeas, y el poder de derecho natural, que consagró al pueblo como único soberano. La Revolución Francesa fue el momento histórico de este tránsito. La decapitación de Luis XVI, su acto simbólico. A raíz de la Segunda Guerra Mundial, nació otro principio que anuncia una tercera etapa del poder. No es divino ni popular. Fundamenta su legitimidad en la memoria… la memoria absoluta del horror absoluto. Su principio dice: el orden económico mundial es legítimo ya que garantiza la paz mediante el librecambio. Las protestas deben ser combatidas porque contienen en germen el riesgo de un repliegue sobre sí, de los nacionalismos y de la barbarie. Su corolario: poco importa que el pueblo esté a favor o en contra. El orden económico conserva la memoria. Si la legitimidad democrática condujo a la decapitación del rey, la legitimidad mnemónica ha conseguido decapitar al pueblo.

Hemos salido de la edad democrática. Habrá que aceptarlo algún día. Tuvo su momento. Un feliz momento. Pero hay que pasar la página. Sólo si se cumple esta condición, los contestatarios actuales dejarán de llorar por el Estado-nación como viudas sicilianas. Llevemos el luto y sigamos nuestro camino. Es conveniente atacar el principio de poder, no su coartada: dejemos la democracia ahí donde la dejó la legitimidad mnemónica: en el abismo, hecha puré, con los demás cadáveres. “No existe el deber de recordar, -escuchamos en El elogio del amor, la película de Jean- Luc Godard-, sólo tenemos el derecho al olvido”. Esta frase me gustó. Me ofrecía una salida, fuera del encierro. Puesto que el deber de recordar se ha mutado en fuerzas del orden, la rebelión debe pasar por el olvido. “No quiero recordar, porque haciéndolo temo impedir el futuro y usurpar el pasado”, escribía André Gide en las primeras páginas de El inmoralista. Esta frase también me gustó. Me ayudó a vaciar la obligación inventada por los que envejecen para refrenar la agitación. Sin embargo, la memoria ha alcanzado tal plenitud, se ha hecho tan institucional, que ya no tolera cuestionamiento alguno; imagínese por un instante la avalancha de insultos que tendría que soportar un hombre o una mujer desconocidos que, abiertamente, pidieran el reconocimiento del derecho al olvido. Pronto se verían compareciendo en el banquillo vergonzoso de los revisionistas, falsamente acusados de querer negar el monstruo. Jean-Luc Godard se atrevió, corriendo el riesgo de no ser comprendido. Simplemente no se le oyó. Cuando el recuerdo construido colectivamente se pone al servicio de un orden injusto, el derecho de olvidarlo pasa a ser un acto legítimo de resistencia.


El periódico La razón publicó ayer en su portada una foto de Javier Sicilia abrazando a Felipe Calderón. El diálogo que sostuvieron en Chapultepec, calificado por la redacción como un “extraordinario ejercicio de respeto y tolerancia”, a diferencia de la foto en la portada, es fácil de olvidar.  

lunes, 20 de junio de 2011

Cartucho

Es una destacada artista mexicana, contemporánea de Frida Kahlo, amiga, entre otros, de José Clemente Orozco y de Martín Luis Guzmán. Fue bailarina, coreógrafa y maestra de danza. Como investigadora, rescató ritmos y bailes indígenas que combinó con elementos de danza clásica dando origen a lo que hoy conocemos como danzas populares. Fundó el Ballet de la Ciudad de México y dirigió la escuela de danza del INBA. Escribió poesía, cuento y crónica. Con Cartucho, considerada una de las novelas más importantes de la Revolución, inauguró una nueva forma de narrar que es base y puente de obras fundamentales de la literatura mexicana y latinoamericana como Pedro Paramo y Cien años de soledad. Murió en 1986, de manera misteriosa, víctima de un largo secuestro. ¿Sabes quién es?


Probablemente no y no tiene nada de escandaloso. Estoy de acuerdo contigo en que se trata de una brutalidad excesiva que nos pidan cuentas sobre una escritora mexicana de la época de la Revolución. Sobre todo porque no es nuestro campo y nuestros intereses son otros. A duras penas conocemos a nuestra familia más allá de los abuelos y nuestros amigos son los que tenemos a la mano. Nos comunicamos porque no hay de otra, con cierta eficacia y casi inmediatamente. Pero sentimos que nadie nos comprende del todo y quizá ya no nos interesa. Tú, como yo y como los personajes de Murakami, vives el día a día sumido en una extraña sensación de desconcierto, incertidumbre, de cansancio físico, afectivo y emocional. Cada vez somos menos capaces de sentirnos a nosotros mismos y a lo que nos rodea. Destacada artista mexicana, qué remedio…


Aún así, y a pesar de la escuela, un día llegó a mis manos un Cartucho. Es un libro sobre la Revolución Mexicana, me dijo mi amiga, échale un ojo. Revolución Mexicana, pero sí ya tenemos suficiente de eso en las clases, pensé. Pero la curiosidad me ganó y lo abrí al llegar a mi casa. Primero lo hojee. Simplemente pasé las páginas para darme una idea de su contenido. Por fortuna, se trataba de textos muy breves. Leí uno al azar. Frases cortas, lenguaje accesible, alguien que moría fusilado. Leí otro y después otro y así terminé el libro. Debo decir que me salté el prólogo y que releí varios textos. Me gustó mucho, sobre todo porque no parecía un libro de historia y porque muchas cosas que ahí se dicen se parecían a otras que yo había visto y escuchado muy de cerca, a pesar de la distancia. 


Ahora, varios años después, vuelvo a releer Cartucho. Curiosamente se trata de la misma edición. De Era. Ahora sí me leí el prólogo y lo encontré magnífico. Leí todos los textos siguiendo el orden establecido por la autora y descubrí que, más allá de lo estrictamente literario, me siguen gustando las mismas cosas, aunque sus nombres hayan cambiado: la fuerza expresiva de sus brevísimas frases, los espacios para imaginar (los paisajes poéticos) y las conexiones que establezco conmigo mismo. Aunque los personajes y lugares parecen ser los que estamos acostumbrados a ver en las típicas fotos que acompañan los capítulos que los libros de texto dedican al periodo de la Revolución, en la lectura viven de manera distinta. Sus rostros siguen siendo serios pero han dejado de ser duros. No son los típicos machos del norte, brutales y asesinos, siempre borrachos y entregando la vida a la menor provocación. En la lectura, estos personajes son personas que aman y sienten, sensibles aunque no puedan expresarlo con palabras, que matan y mueren fusilados, casi con una sonrisa. Todo es observado y relatado por una niña que no juzga sino para nombrar las cosas que mira. Nada escandaloso, son historias sobre la Revolución, la muerte y la matanza están siempre presentes. Pero no para elogiarlas o denunciarlas, sino para mostrarnos de dónde venimos. Y para abrirnos los ojos respecto de lo que vivimos ahora. 


Algo que descubro en esta nueva lectura de Cartucho de Nellie Campobello son las distancias que existen entre lo que leemos en los libros de texto  (lo que se enseña en las escuelas) y lo que podemos conocer por otras fuentes, como la literatura. No sé qué opines al respecto, lector desconocido, pero espero que tengas la fortuna de encontrarte con algún libro como éste. Porque bien podrías descubrir, ahí mismo, el placer de acceder a nuestra historia en la comodidad del hogar y en la intimidad de las páginas y la lectura.

lunes, 13 de junio de 2011

Michele Petit: la construcción de uno mismo

Leer le permite al lector, en ocasiones, descifrar su propia existencia. Es el texto el que “lee” al lector, en cierto modo el que lo revela; es el texto el que sabe mucho de él, de las regiones de él que no sabía nombrar. Las palabras del texto constituyen al lector, lo suscitan. 

Michelle Petit, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura


En ocasiones, los textos que leemos nos ofrecen información acerca de nosotros mismos. Unas veces descubrimos que alguien le ha confiado al texto nuestros secretos más íntimos. Otras, la lectura nos revela aspectos de nosotros que no conocíamos. E incluso llegamos a sentir que el texto nos da la respuesta a esa pregunta que no logramos resolver. No hay aquí nada de paradójico o místico: se trata de la experiencia de la lectura.


Un amigo que sabía de mi interés por estos temas me confió una experiencia que le había sucedido y que tenía relación con la lectura. 


Mi amigo vivía solo con su madre porque su padre había fallecido cuando él era niño. Ya adolescente empezó a sentir que la vida se le estaba haciendo difícil y no tenía mucha idea de cómo afrontar esas dificultades. Se sentía perdido, y me confesó que él sabía que todo sería más fácil si su padre lo hubiera dirigido, aconsejado un poco. Pero la ausencia se dejaba sentir y la vida seguía complicándose. 


Él no es un lector asiduo, pero su padre, en alguna ocasión nada especial, le había regalo un libro. Un día como cualquier otro se decidió a abrirlo. Se trataba de El Periquillo Sarniento de Lizardi. Comenzó a leerlo sin interés, sólo lo hacía como una forma de cumplir el deseo de su padre: evidentemente se lo había regalado para que lo leyera. Le aburría, no conseguía concentrarse, lo dejaba, pero siempre volvía a él. En uno de esos retornos al texto, algo le llamó la atención y ya no pudo parar hasta terminarlo. 


El argumento de la historia es muy conocido: Pedro Sarmiento, enfermo y resignado a morir, comienza a escribir sus memorias con la intención de advertirle a sus hijos sobre los peligros de la vida. 


Inmediatamente, mi amigo se identificó con la realidad que el texto platea. Pero lo  más impresionante fue que descubrió que era su propio padre el que le comunicaba, por medio del libro, todo lo que a él le hubiera gustado que le dijera en vida. 


Sería una locura decir que el libro fue escrito para que mi amigo recibiera el mensaje que esperaba. Además, yo no le hubiera recomendado, ni por asomo, la lectura de este libro aún si hubiera tenido conocimiento de su situación. Pero para él, la lectura de este texto, en ese momento de su vida, fue decisiva: le permitió seguir adelante. 


Yo he vivido experiencias similares. No es este el momento para hablar de mi vida personal pero puedo decirles que siempre que he pasado períodos difíciles he encontrado en la lectura la fuerza necesaria para continuar.  


En Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura Michelle Petit ha expuesto la idea de que lectura juega un papel importantísimo en el desarrollo y fortalecimiento de la personalidad, en la construcción de uno mismo. Esta idea le fue sugerida por los relatos de los jóvenes que entrevistó cuando hacía dos investigaciones sobre el papel de la lectura y las bibliotecas públicas en medios rurales y marginados de Francia (Lectures de champagne (1993) y De la bibliotheque au droit de cité (1996)). Aunque no se trata de una experiencia de lectura exclusiva de los jóvenes, me parece que es en esta etapa de la vida cuando uno es más sensible a ella. 


Escuchemos una vez más a Michele Petit:

(…) si bien la proporción de lectores asiduos ha disminuido, la juventud sigue siendo el periodo de la vida en el que hay una mayor actividad de lectura. Y más allá de los grandes sondeos estadísticos, si se escucha hablar a los jóvenes, se comprende que la lectura de libros tiene para ellos ciertos atractivos particulares que la distinguen de otras formas de esparcimiento. Se comprende que a través de la lectura, aunque sea esporádica, se encuentren mejor equipados para resistir cantidad de procesos de marginación. Se comprende que la lectura los ayude a construirse, a imaginar otros mundos posibles, a soñar, a encontrar un sentido, a encontrar movilidad en el tablero de la sociedad, a encontrar la distancia que da el sentido del humor, y a pensar, en estos tiempos en que escasea el pensamiento.
Estoy convencida de que la lectura, y en particular la lectura de libros, puede ayudar a los jóvenes a ser un poco más sujetos de su propia vida, y no solamente objetos de discursos represivos o paternalistas.


Es un error atribuirle a la literatura el poder de cambiar la realidad, de resolver la injusticia, de instaurar la democracia. Algo distinto es afirmar que un texto puede transformar la vida de una persona. Esto ocurre, hay que ser lector para saberlo.

martes, 7 de junio de 2011

El hombre que lee… una novela… o la historia de una coincidencia afortunada

Fue Mario el que me contagió la costumbre de leer Babelia. Trabajaba en el proyecto de tecnología educativa que él dirigía en Veracruz y algunas semanas, al llegar a la oficina, encontraba sobre mi escritorio el ejemplar semanal del suplemento literario de El País. Casi siempre este “regalo” tenía un fin práctico: había señalado un texto que le interesaba que yo leyera y después comentara con mis compañeros en las sesiones de capacitación que impartía. Aunque esto rara vez ocurría, yo lo leía todo. 


Hace tiempo que dejé el proyecto y sin embargo sigo leyendo Babelia, ahora en internet. Mis sábados comienzan con este ritual y una taza o dos de café. Debo decir que no siempre encuentro textos que me interesen o me gusten, pero aún así hago la lectura. El sábado pasado, encontré una entrevista que me llamó la atención, es de Leila Guerreiro y se titula: Alejandro Zambra, el hombre que lee. 


 “A los 13 años ingresó al Instituto Nacional, donde fue buen alumno -"una pena, porque queda mejor decir que fuiste pésimo"-, y se hizo lector voraz.

-Tenía claro que quería estudiar Literatura. Quería leer, y estudiar Literatura me parecía casi una estrategia para poder seguir leyendo.

A los 21 se fue de casa de sus padres y consiguió trabajo como operador telefónico de la compañía Axxa Assistance, que ofrece servicios a empresas que, a su vez, ofrecen asistencia en viajes.

-Atendía el turno de noche, así que aprovechaba para leer”.

Alejandro Zambra es pues un hombre que lee y que ha escrito, además de varios libros de poesía, tres novelas: Bonsái (que obtuvo en Chile, su país, el Premio de la Crítica y el Premio del Consejo Nacional del Libro), La vida privada de los árboles y Formas de volver a casa, todas en Anagrama, y ésta última publicada el mes pasado. Me gustó el sonido de su nombre y los títulos de sus novelas. Apunté en mi libreta de notas: conseguir algún libro de Alejandro Zambra, y leerlo.


Después pasé, otra costumbre, a consultar las novedades de Sexto Piso. Había tres o cuatro libros, me llamó la atención un título y le di click para leer la reseña. Los ingrávidos, de la mexicana Valeria Luiselli. Encontré muy buenos comentarios sobre su trabajo, entre ellos uno, precisamente, de Alejandro Zambra.

“En las páginas de este libro prevalece una incertidumbre plena y preciosa. El relato avanza tan vertiginosamente, que reímos ante el desfile de unos personajes locos y tristes, aunque por momentos pensamos que esos personajes somos nosotros mismos en otra vida –o ahora mismo, leyendo. Esta primera novela de Valeria Luiselli es asombrosa y en sus muchas posibles lecturas late generosamente el misterio de la mejor literatura.”


Me encantan estas coincidencias.  Me llamó la atención que la escritora fuera, además de mexicana, muy joven: 28 años. Apunté en mi libreta de notas: conseguir algún libro de Valeria Luiselli (tiene dos, ambos en Sexto Piso), y leerlo.


Después me fui a ver a la dentista, donde sufrí innecesariamente porque se le olvidó ponerme la anestesia. Al salir pensé, todavía adolorido, que lo ideal sería ir a buscar, inmediatamente, alguno de los libros de Alejandro y Valeria. Encontré y compré dos: La vida privada de los árboles y Los ingrávidos. En la contraportada del libro de Valeria volví a encontrar el comentario de Alejandro.


Ya en casa, y con la finalidad de olvidarme un poco del dolor postdentista, comencé a leer Los ingrávidos. No pude parar hasta terminar. Me encantó. El lenguaje no depurado sino sencillo, la brevedad, la fragmentación del texto, la poesía de la prosa… Dormí profundamente, ya no sentía dolor, y soñé con los vagones del metro.


Tomé algunas notas de esa lectura. Me gustaría compartirles algunas que se refieren a la construcción de la novela, a la forma en que se va explicando su arquitectura:

“Una novela silenciosa, para no despertar a los niños.”

“Las novelas son de largo aliento. Eso quieren los novelistas. Nadie sabe exactamente lo que significa pero todos dicen: largo aliento. Yo tengo una bebé y un niño mediano. No me dejan respirar. Todo lo que escribo es –tiene que ser- de corto aliento. Poco aire.”

“Generar una estructura llena de huecos para que siempre sea posible llegar a la página, habitarla. Nunca meter más de la cuenta, nunca estrufar, nunca amueblar ni adornar. Abrir puertas, ventanas. Levantar muros y tirarlos.”

“Una novela compacta, porosa. Como el corazón de un bebé.”

“El metro, sus múltiples paradas, sus averías, sus aceleraciones repentinas, sus zonas oscuras, podría funcionar como esquema del tiempo de esta otra novela.”

“Una novela horizontal, contada verticalmente. Una novela que se tiene que escribir desde afuera para leerse desde adentro.”

Al otro día decidí que en lugar de comenzar la lectura de La vida privada de los árboles lo mejor sería salir a buscar el otro libro de Valeria. Lo encontré, y con descuento, en la misma librería (compré también los otros dos libros de Alejandro). Papeles falsos, una pequeña colección de ensayos, de la que Margo Glantz ha dicho que es “un libro casi perfecto”. Lo leí, inmediatamente, y lo terminé en unas horas.


Y ahí encontré, otra coincidencia, una referencia a la novela Bonsái. Y entonces comencé a leer la novela… Y así he estado hasta este momento en que me decidí a escribir Algún comentario (ya estoy terminando el último libro de esta aventura, Formas de volver a casa).

domingo, 29 de mayo de 2011

El lector, el héroe

Algo evidente, pero que parecemos ignorar con demasiada frecuencia, es que los libros son objetos y los lectores son personas. En general, practicamos una valoración excesiva de los libros y una desvalorización, muchas veces también excesiva, de los lectores.

Los libros, qué duda cabe, son objetos: se fabrican, se venden, se compran, se usan (si les molesta la palabra podemos decir que se utilizan), se maltratan, se rompen, se pierden, se remplazan. Algunas veces también se leen. Si hay en ellos algo de valor, es el texto; y el valor fundamental de los textos literarios es su distinción de ser espejos de lo humano, es decir, de sus lectores. 

Los lectores son personas: únicas, irremplazables, inabarcables (el alma humana es, en cierto modo, todas las cosas, dice Aristóteles), contradictorias, en constante evolución. Esta riqueza, que es al mismo tiempo la dignidad de la persona, es lo que la literatura celebra: el mayor monumento que como especie nos hemos erigido es el personaje literario. El personaje literario es lo más parecido que tenemos a una persona humana. Por eso, dice Harold Bloom, miramos a Hamlet como a uno de nosotros

Los personajes literarios son los habitantes de la literatura, y en el país de los libros todos podemos encontrar a nuestros iguales. Incluso el libro, el escritor y el lector  forman parte de ese mundo. En los textos existen personajes-lectores (La mano de la buena fortuna, del serbio Goran Petrovic), personajes-escritores (El libro vacío, de la mexicana Josefina Vicens) e incluso personajes-libros (Las aventuras de un libro vagabundo, del francés Paul Desalmand). Si cada cabeza es un mundo, cada libro (quizá sería más preciso decir: la obra de cada escritor) es un universo. Les hablaré brevemente del universo de Milorad Pavic, uno de mis autores preferidos. 

Milorad Pavic es autor de obras inclasificables que han generado nuevas formas de pensar y ejercer la escritura (según Roberto Calasso su Diccionario jázaro es la primera novela del siglo XXI) y la lectura. Para muestra un botón. 

La mayor complicidad que puede establecer un escritor con sus lectores es darle al lector la posibilidad de ser personaje. En el cuento Té para dos (Milorad Pavic, Siete pecados capitales), el lector es el héroe de la historia. Cuando digo el lector no me estoy refiriendo a un personaje-lector o una categoría abstracta. Cada vez que alguien lee el texto de Pavic puede llegar a convertirse en el héroe de esa historia. 

Cito las primeras líneas del cuento:

“El escritor les aconseja, queridos lectores, que no lean este cuento un miércoles y de ninguna manera antes del mes de mayo. Además, lo más conveniente sería que lo leyeran por la noche y en la cama. Descubrirán las razones por ustedes mismos. Aún debo decir que en este cuento no hay héroes; los únicos héroes aquí son ustedes, sus lectores.”

Pero ser el héroe de la historia de Pavic implica algunos peligros. Por eso, lo que viene a continuación es una advertencia: 

“(…) la conversión del lector en el héroe de un libro le da la posibilidad al escritor de lastimarlo, incluso de matarlo, en cuestión de dos renglones.”

Hay que aceptar el reto y continuar la lectura. Además, es necesario que el lector pase por una iniciación. A la posible lectora del cuento, Pavic le dice:

“Tal vez tiene usted unos maravillosos ojos negros que lanzan miradas aromáticas a su alrededor, tal vez siembra tras de sí sombras costosas y tal vez orina agua de colonia, como dijo una escritora, pero eso no le ayudará a llegar a ser la heroína de este libro. Lo puede conseguir sólo la lectora que antes del día en que empieza a leer este cuento haya perdido una llave. Una llave cualquiera, la llave del maletín del maquillaje, la llave de su auto, o de un departamento ajeno, da igual. Si eso le ha pasado está en buen camino y sólo usted puede considerarse la heroína de este cuento (…). Ninguna otra. Las demás lectoras pueden tirar este libro, inclusive, porque él ya no se refiere a ellas.”

Y al posible lector:

“Usted puede tener las manos y la voz que hacen temblar a los oídos femeninos, los bigotes que embellecen su sonrisa y la sonrisa que embellece sus bigotes, pero eso no va a ayudarle a convertirse en el héroe de este cuento. El lector atinará fácilmente si él es el verdadero, si es él único que puede lograrlo, si por la noche, en la cama, cuando se disponga a leer este cuento, recordara que hace poco encontró en el pasto o en la calle un arete perdido. Un arete femenino común que no tiene que ser caro en absoluto. Ese lector es el elegido. (…) los demás ya pueden desistir de los intentos y la lectura de este cuento ya no les va a concernir.”

El resto del texto plantea una serie de acciones que es preciso que los lectores realicen para llegar a convertirse en los héroes de la historia. Los héroes del cuento, al final, tienen la posibilidad de encontrar el amor. Y no en el texto o su lectura, en su vida pero sólo a través de la lectura: concretamente en un café cercano a la plaza principal de la ciudad en donde viva el lector. Esta posibilidad es el regalo que Pavic quiere darnos, la razón la encontramos al final del cuento: 

“Mi querida lectora y mi querido lector, seas quien seas, recordarás que mis palabras al final de este cuento son, en realidad, mi declaración de amor hacia ti.”

Pavic no sólo considera al lector inteligente y capaz de llegar a ser el héroe de sus textos: se declara enamorado de sus lectores. Y esto es lo que me hace amarlo a él y a sus textos. Aunque he retomado algunos pasajes del cuento, espero no haber cometido la imprudencia de contar demasiado, sólo lo necesario para hacer Algún comentario.

miércoles, 25 de mayo de 2011

La paciencia de los libros


I

Un amigo me ha preguntado si Algún comentario llegará a ser con el tiempo un compendio de reseñas de libros. Espero que no, porque lo que me interesa es hablar de mis lecturas a partir de los libros que leo y no hablar de los libros a partir de mis lecturas. La diferencia es importante, y tiene un antecedente inmediato: Imaginantes* de José Gordon.

II

Imaginantes*  es una serie de brevísimos videoclips animados que “narran los momentos creativos de grandes artistas y pensadores contemporáneos”. Se trata de una propuesta sumamente eficaz. En cuestión de un minuto, no sólo se nos comunica una idea sorprendente: su fuerza nos contagia porque es la de la imaginación que todos compartimos. La calidad técnica y estética de las cápsulas es un puente para acercar el contenido a públicos diversos, por ejemplo: los jóvenes.

Es una solución conocida. Los cuentos extravagantes, de Nostra Ediciones, parece estar animada por una idea similar. Es “una colección de cuentos breves escritos por los máximos exponentes de este género de todo el mundo, nacidos a finales del siglo XIX y principios del XX, ilustrados por los creadores de nuevas tendencias y discursos visuales como el arte japonés, el grafitti y el arte pop, del siglo XXI.” 

III

Cada cápsula de Imaginantes* es un registro audiovisual de algunas experiencias de lectura de José Gordon. Él descubre, comenta y comparte esos momentos luminosos de la imaginación. Aunque algunos tienen como temática un libro, nunca caen en la reseña. 




La cápsula El contagio de la imaginación está basada en un cometario que hace George Steiner en El arte de la crítica Entrevista con Ronald A. Sharp incluida en su libro Los logócratas. 

Llama mi atención que el comentario fácilmente podría pasar desapercibido en la lectura: es sólo una referencia, entre miles. Pero José Gordon la ha elegido para Imaginantes*. Por eso, me gusta pensar que más que un catálogo de experiencias de imaginación, Imaginantes* es una prolongación de José Gordon lector. 

IV

En una de mis más recientes visitas a Xalapa, Judit me regaló Lenguaje y silencio de Steiner. Lo comencé a leer ahí mismo, estábamos en Los lagos y ella practicaba estiramientos, y desde ese momento quedé enganchado al autor. De regreso en DF, salí de paseo a las librerías… 

Antes de comprar un libro trato de hacerme una idea general sobre su contenido. Leer los comentarios de la contraportada, quitar el forro de plástico, cuando lo hay, y leer algunas páginas al azar me ayudan a construir esa idea. Ese día no hice nada de esto porque me bastaba el nombre del autor, compré: Los logócratas y un librito de la Biblioteca de Ensayo de Siruela que incluye un texto titulado El silencio de los libros.

Al llegar a casa me puse a hojear los libros. Descubrí que el ensayo El silencio de los libros está  también en Los logócratas pero con el título de Los disidentes del libro…

En Los logócratas encontré, entre muchas otras cosas, el comentario que inspiró El contagio de la imaginación. Además, en el texto Los que queman los libros, descubrí una idea que me parece podría ser tema para otra cápsula de Imaginantes*. Yo la titularía “La paciencia de los libros”. Transcribo a continuación el fragmento:

“El encuentro con el libro, como con el hombre y la mujer, que va a cambiar nuestra vida, a menudo en un instante de reconocimiento del que no tenemos conciencia, puede ser puro azar. El texto que nos convertirá a una fe, nos adherirá a una ideología, dará a nuestra existencia una finalidad y un criterio podría esperarnos en la sección de libros de ocasión, de libros deteriorados o de saldos. Puede hallarse, polvoriento y olvidado, en una sección justo al lado del volumen que buscamos. (…) Mientras un texto sobreviva, en algún lugar de esta tierra, aunque sea en un silencio que nada viene a romper, siempre es capaz de resucitar. Walter Benjamin lo enseñaba, Borges hizo su mitología: un libro auténtico nunca es impaciente. Puede aguardar siglos para despertar un eco vivificador. Puede estar en venta a mitad de precio en una estación de ferrocarril, como estaba el primer Celan que descubrí por azar y abrí. Desde aquel momento fortuito, mi vida se vio transformada y he tratado de aprender “una lengua al norte del futuro”.

V

Después de la lectura viene la tormenta. Ahora emprendo la búsqueda del origen de esta “lengua al norte del futuro”. Y la escritura de Algún comentario, de viaje. 

sábado, 14 de mayo de 2011

Las cárceles elegidas

Me gusta ir de paseo a las librerías. Aunque no es lo mismo que ir a comprar libros, a veces me pasa que no puedo evitarlo y me compro alguno. Entonces me digo lo que me decían mis papás cuando de niño me llevaban al parque: te dije que no te iba a comprar nada. Y creo que yo lo que hacía era quedarme callado. 

En el más reciente de estos paseos, entre algunas otras cosas (sí, es un peligro…), compré Las cárceles elegidas de Doris Lessing. Hacía tiempo que quería leer alguno de sus libros pero qué le vamos a hacer, hicieron falta muchos paseos para que finalmente nos encontráramos en una librería del Fondo. 

El libro reúne las cinco Conferencias Messey que Lessing dictó en 1985 y que fueron transmitidas en octubre de ese año como parte de la serie Ideas de Radio CBC de Canadá (no tiene nada que ver, pero yo nací en octubre del 85). Las conferencias tienen como tema general “las posibilidades de la racionalidad frente al totalitarismo”, en todas sus manifestaciones, y su tesis central es que “nosotros (la especie humana) estamos hoy en posesión de mucha información sólida acerca de nosotros mismos, pero no la aprovechamos para mejorar nuestras instituciones y, por consiguiente, nuestras vidas”.

Razones sobran y tienen que ver con nuestra actitud ante la vida (pasada, presente y futura), la sociedad, y sobre todo con la política y la amplia difusión que hoy recibe prácticamente cualquier idea. 

Pero no voy a hablar sobre Doris Lessing o su obra, es decir de ella, porque en realidad no la conozco. La lectura de Las cárceles elegidas ha sido mi primer acercamiento a esta enorme personalidad y debo decir que la viví como un encuentro bastante afortunado. 

Aunque propiamente estas conferencias no son parte de su obra (se trata de textos que fueron escritos para leerse en un ambiente algo académico y ya se sabe que esto exige un tratamiento distinto de las ideas), de su lectura me quedan buenas impresiones y algunos descubrimientos. 

Por ejemplo, dos de las cosas que han llamado mi atención: la observación de que muchas veces nuestras ideas son cárceles que elegimos habitar (lo que inevitablemente me recuerda el hermoso comienzo de Siete pecados capitales de Milorad Pavic: “Los pensamientos humanos son como cuartos. Entre ellos hay salas lujosas y cuartuchos saturados. Los hay soleados y sombríos. Algunos dan al río y al cielo, otros al traspatio o al sótano.”) y una referencia, al final del libro, a Akenatón, el soberano egipcio.

Este libro es para mí lo que han sido buena parte de los libros que más he disfrutado, una serie de puertas: a la lectura de la obra de Lessing, a la interpretación de su pensamiento (las ideas no habitan en nosotros, somos nosotros los que las habitamos y algunas veces estamos en ellas como en cárceles), a la búsqueda de información sobre algunos temas (por ejemplo: recuerdo que para Aristóteles el conocimiento transforma a la persona o no es conocimiento, y me gustaría volver a leer sobre esto) y personajes (Akenatón). 

Sé que volveré a leer a Doris Lessing (no deja de sorprenderme que la lectura misma sea su principal promotora) y quién sabe, quizá vuelva a escribir Algún comentario.